La socialdemocracia europea atraviesa un momento crítico. Lo que durante décadas fue un modelo hegemónico de gestión del Estado del bienestar, encarnado en partidos como el SPD alemán, el PS francés o el PSOE español, hoy muestra síntomas inequívocos de agotamiento. Sus bases electorales tradicionales se resquebrajan, sus referentes intelectuales han desaparecido o se han diluido en el pragmatismo tecnocrático, y sus banderas —la justicia social, la redistribución, el pacto interclasista— han sido sustituidas por consignas identitarias, políticas de género, agendas climáticas dogmáticas y un alejamiento creciente del sentido común.
Recientemente, Portugal se ha convertido en otro botón de muestra. El reciente desplome del Partido Socialista, que ha terminado sumido en una crisis interna tras la victoria de la derecha, como digo, no es un caso aislado. Es parte de un giro general en Occidente, donde el hartazgo de los ciudadanos frente a las élites desconectadas y sus recetas ideológicas comienza a reflejarse en las urnas. Italia, Países Bajos, Suecia, Alemania, Rumanía e incluso Francia muestran la misma tendencia: una derecha en ascenso, una izquierda dividida, y una clase media que exige respuestas concretas en lugar de eslóganes progresistas.
En España, la situación no es diferente, pero sí más peligrosa. El gobierno de Pedro Sánchez, acorralado por múltiples escándalos, por la parálisis institucional y por la pérdida de crédito internacional, parece decidido a resistir a toda costa. Mientras las encuestas muestran un declive constante del PSOE en comunidades como Baleares —donde Prohens roza la mayoría absoluta y el socialismo de Armengol se desploma—, Moncloa se atrinchera. La pregunta que muchos se hacen es: ¿por qué no suelta el poder si el desgaste es evidente y el daño es creciente?
La respuesta no es sencilla, pero tiene varias claves. En primer lugar, el sanchismo no es una corriente política con ideas claras o un proyecto estructurado. Es, ante todo, una estrategia de supervivencia. Pedro Sánchez ha hecho del poder su única ideología. Para él, gobernar no es servir, sino resistir. Cada decisión, cada reforma, cada alianza, no responde a un modelo de país, sino a una necesidad coyuntural para mantenerse en el sillón presidencial.
Ese afán de control absoluto se ha traducido en una cadena de escándalos que desgastan no solo al presidente, sino a las instituciones. La “doctrina Botín”, que pretende blindar judicialmente al hermano del presidente, el caso Ábalos, la corrupción en torno a Adif o las maniobras con el petróleo venezolano son solo algunos ejemplos de un sistema que se blinda desde arriba para evitar que caigan sus pilares. En cualquier país con una cultura democrática robusta, el cúmulo de estas irregularidades bastaría para provocar dimisiones en cadena. Pero en España, no solo no dimite nadie, sino que se ignoran los debates fundamentales, como el Debate sobre el Estado de la Nación, para evitar la exposición pública de la debilidad del Gobierno.
Lo más grave, sin embargo, es el deterioro de la confianza social. La escuela pública se hunde: uno de cada cuatro alumnos pasa con suspensos, y los que abusan de la tecnología han perdido medio curso frente a los que no lo hacen. La transparencia institucional es despreciada por un Gobierno que rehúye los controles parlamentarios, y las promesas de regeneración democrática quedan en papel mojado mientras se gestiona todo con lógica comunicativa, como si un eslogan pudiera tapar el hedor de la corrupción o la incompetencia estructural.
A esto se suma el malestar creciente en las fuerzas del orden, en las víctimas del terrorismo —mientras etarras no arrepentidos se cuelan en listas—, en el mundo rural arrasado por políticas climáticas impracticables y en una juventud que, si no se radicaliza, se exilia o se resigna.
Y sin embargo, Sánchez resiste. Porque tiene un relato, por precario que sea, y porque ha sabido aliarse con todos aquellos que tienen algo que perder si él cae: socios nacionalistas, minorías parlamentarias, medios de comunicación dependientes de subvenciones, e incluso organismos que, lejos de actuar con autonomía, parecen cómplices en el sostenimiento del statu quo. El precio, eso sí, es altísimo: para su partido, al que está dinamitando desde dentro; para la sociedad, cada vez más polarizada y desconfiada; y para España, que ve cómo su imagen exterior se erosiona y su unión interna se debilita.
La situación recuerda al final de otros regímenes socialdemócratas en Europa: un último periodo de resistencia, marcado por el descrédito, la autodefensa judicial, la apelación al miedo del “fascismo” y una desconexión total con los problemas reales del país. Pero este cierre agónico es particularmente tóxico porque Sánchez no cae solo. Está arrastrando consigo la credibilidad de la democracia parlamentaria, la fe en la alternancia política y el consenso mínimo entre gobernados y gobernantes.
Occidente gira hacia otros modelos porque la socialdemocracia ha agotado sus propuestas y ha traicionado a sus votantes tradicionales. En España, el PSOE de Sánchez, lejos de reformarse o asumir responsabilidades, se aferra al poder con uñas y dientes. Y eso, en última instancia, no hace daño solo a su líder o a su partido. Hace daño a todos, votantes suyos o no.
La agonía de Europa (Alianza edit.) María Zambrano. En esta obra, publicada en 1945, escrita en plena Segunda Guerra Mundial, María Zambrano se aleja del enfoque español de obras anteriores para analizar el alma de Europa. Frente al desencanto por la razón técnica que alimentó el fascismo, propone una salida: recuperar la dimensión espiritual del hombre como vía de reconciliación y redención colectiva.
El futuro de Europa (Destino) Antonio Turiel. Vivimos una época marcada por crisis múltiples: climática, social, energética, de materias primas y ahora también del agua potable. Todas evidencian los límites de un planeta finito y la ceguera de sistemas que insisten en un crecimiento perpetuo. Europa, envejecida y desindustrializada, enfrenta un reto crucial: repensar su modelo productivo y apostar por soluciones sostenibles si quiere tener un futuro viable.
Socialismo, la ruina de España (HarperCollins) Manuel Llamas. El socialismo, una de las ideologías más destructivas del último siglo, ha dejado tras de sí sociedades empobrecidas y fracturadas, como demuestran los casos de Cuba, Venezuela o Argentina. En España, su impacto ha sido profundo, especialmente bajo Pedro Sánchez. Manuel Llamas analiza con contundencia cómo dos décadas de políticas socialistas han llevado al país a una peligrosa decadencia institucional y económica.