Un matrimonio joven, con un hijo pequeño, compra la casa de sus sueños. Pero la misma noche de instalarse ya se percatan del grave problema que tiene su nuevo hogar: al encontrarse detrás de una curva, su jardín es propenso a que recalen en él todo tipo de vehículos que sufran accidentes por no reparar en las indicaciones de las señales de la carretera. Desde ese momento los tres miembros de la familia viven en zozobra, y cierto grado de ansiedad, que se traduce en obsesión en caso del marido de la pareja.

Aunque el título pueda sugerirlo, no se trata de una película de terror sino de suspense, pero de buen suspense 

Muy bien filmada y todavía mejor interpretada por un Ben Foster, inquietante en su actuación, La casa al final de la curva es el perfecto ejemplo de cómo un argumento, aparentemente sencillo, puede acabar siendo una buena película. Todo gracias a un guión bien elaborado escrito por Russell Wangersky, el autor del relato que fue nominado a los premios Giller, junto con el director, Jason Buxton. 

La película resulta interesante porque aborda la repercusión que en el seno de una familia puede suponer lo que sería claramente un transtorno mental, en este caso, una obsesión enfermiza que tiene como consecuencia que Josh, el padre de familia, vaya perdiendo contacto con la realidad, imaginándose héroe y salvador de esos desgraciados automovilistas que mueren a las puertas de su casa. Un thriller psicológico que muestra la fragilidad humana desde el momento que Josh pasa, en un breve lapsus de tiempo, de ciudadano y padre de familia modelo a un ser humano complejo.  

Para: los que les gusten los thrillers bien filmados.